Fernández, suelto y punzante, aventajó a un Macri demasiado volcado a la defensiva

Fernández, suelto y punzante, aventajó a un Macri demasiado volcado a la defensiva.El opositor entendió mejor la dinámica, recurriendo a ironías que desarmaron los argumentos del presidente. Macri sufrió al defender una gestión en crisis

Buenos Aires.- El primer round dejó la sensación de que Alberto Fernández ganó por puntos. No hubo momentos destacados ni frases que sorprendieran –el propio formato del debate no se prestaba para el intercambio intenso- pero aun así, se vio al candidato opositor más dominador de su discurso y, sobre todo, más consciente de que el debate no se lee, sino que se escucha y se ve.

Fernández estuvo agresivo cuando lo necesitó, recurrió a la ironía cuando Mauricio Macri quiso argumentar con datos y, en general, toda su gestualidad lo mostró descontracturado, actuando su indignación de manera convincente para buscar la identificación con el votante enojado.

Del lado de enfrente, Macri dejó traslucir algo de nerviosismo, acaso un exceso de presión por sus dos grandes debilidades: primero, ser el presidente de un país en crisis y por lo tanto blanco de críticas; y segundo, ir segundo en las encuestas y tener la obligación de salir a pegar el «golpe salvador».

Todos sabían que en esas circunstancias Macri ofrecería varios flancos para que los cinco candidatos opositores le disparasen con su arsenal discursivo de críticas, datos, chicanas y recordatorios de promesas incumplidas.

Pero aun así, la performance del presidente fue más baja de lo esperado, y no tanto por aciertos de sus rivales, sino por errores propios.

Lo cierto es que Macri también tenía a la vista los flancos débiles de su rival y no los supo aprovechar en su potencial.

Por caso, en el bloque temático sobre economía prácticamente no hizo mención a la crisis energética provocado por la política kirchnerista. Y dejó pasar, por ejemplo, la contradicción de que mientras el discurso de Alberto habla de la reindustrialización, durante el gobierno de Cristina se debía cortar el gas a las industrias porque en invierno no alcanzaba para proveer al sector productivo y al residencial.

El tema llegó a ser un trending topic para la propia militancia macrista. Y sin embargo, Macri habló apenas elípticamente sobre esas obras, que perfectamente podrían haber estado presentes en el bloque sobre derechos humanos.

Era, por otra parte, una temática que apuntaba al epicentro del voto K. Macri parece haber olvidado que, justamente, uno de los temas que más hirieron las chances de Daniel Scioli en 2015 fue una inundación producida justo en coincidencia con la campaña electoral, que dejaron al desnudo las carencias de infraestructura en el conurbano.

Y hasta en los temas «cantados», como la manipulación del Indec –iniciada en verano de 2007, es decir mientras Alberto Fernández era jefe de gabinete- o la tibieza kirchnerista para denunciar los atropellos en Venezuela, Macri estuvo algo falto de «punch» y agresividad.

 

Macri, desaprovechando oportunidades

 

Lo cierto es que Macri se comportó toda la noche en una situación análoga a la que hace cuatro años había vivido Scioli. Esta vez le tocaba a él la situación incómoda de tener que defender un gobierno con evidentes desaciertos en la economía y, para colmo, ir segundo lejos en las encuestas de intención de voto.

Así como en 2015 Scioli se vio obligado a abandonar su postura «positivista» de hablar de la fe y la esperanza, para adoptar un discurso agresivo en el que advertía que su rival propiciaría un ajuste, ahora Macri también tuvo que correr su eje discursivo para explicar que, pese a los malos resultados, es necesario continuar las mismas políticas.

Eso lo llevó a exponer debilidades, como reconocer que había errado el diagnóstico al creer que la inflación sería más fácil de resolverse.

Y le dedicó muchos minutos a enumerar logros que lo ayudaran a presentar una defensa de su gestión, como ocurrió en el bloque sobre educación. Pero los datos numéricos no alcanzaron para contrarrestar las «chicanas» del candidato peronista, que lo acusó de no defender a la educación pública, porque su extracto social lo lleva a menospreciarla en favor de la enseñanza privada. Una chicana que Macri no contestó, dejando una sensación de un punto ganado para su rival.

En definitiva, lo que se presumía que sería el núcleo de su argumentación –es decir, que Alberto sería una continuidad de las políticas de Cristina- sólo apareció en pequeñas dosis y, recién en el discurso final, tras un evidente «coaching» de sus asesores, criticó las «canchereadas» de su rival.

Uno de los mejores momentos del presidente –aunque también, aquí, pudo haber sido más punzante- fue cuando criticó las propuestas de subas de impuestos. El documento peronista que circuló los últimos días dejó nerviosismo en cuestiones altamente sensibles para la clase media, por ejemplo como la instauración de un nuevo gravamen nacional para las propiedades inmobiliarias, y sin embargo Macri no profundizó en el tema.

Por suerte para Macri, los demás candidatos le dieron una ayuda indirecta al cuestionar varias de las posturas de Alberto. Por ejemplo, en el bloque sobre política internacional José Luis Espert fue duro al asimilar al kirchnerismo con el régimen de Nicolás Maduro, al que calificó de «dictadura asesina». Mientras que Juan José Gómez Centurión recordó los acuerdos de Cristina con China, los cuales acusó de esconder una cesión de soberanía.

Luego, en el bloque sobre derechos humanos y género, Espert volvió a darle una mano a Macri al fustigar a Alberto por su propuesta de crear un ministerio para la mujer. Y hasta Nicolás del Caño ayudó al presidente, al «correr por izquierda» al candidato del Frente de Todos y poner en duda que, teniendo como socios principales a los gobernadores conservadores en temas sociales, Fernández pueda efectivamente llevar a cabo las políticas que propuso en sus intervenciones.

 

Alberto, punzante en momentos clave

 

Pero, más allá de lo argumentativo, la mayor debilidad que mostró Macri fue el estar demasiado apegado a su discurso y con pocos reflejos para contestar las chicanas en el esgrima retórico. En ese terreno, Fernández lo superó con claridad.

Cada una de sus intervenciones empezaban con una frase introductoria que tenían el objeto de anular una argumentación previa del presidente. «No puedo dejar de asombrarme», «No sé en qué país vive Macri» o «el presidente no entiende» fueron una fórmula recurrente a lo largo de toda la noche.

En algunos pasajes a esas frases le seguían datos que había estudiado en la previa, pero en otros lo que venía era una respuesta a una frase de Macri, lo cual contribuía a «desacartonar» el discurso, dar una imagen de dominio de un tema y contestar el argumento ajeno. Ocurrió en varias ocasiones, como cuando contestó al presidente sobre el presupuesto educativo o como cuando ironizó sobre la posibilidad de que los jubilados pudieran seguir sus trámites a través del teléfono celular.

Lo cierto es que Fernández fue efectivo en su estrategia. Cuando un candidato empieza su alocución diciendo que no sabe en qué país vive su contrincante, lo que diga a continuación casi es secundario. Porque logró el primer gran objetivo, que es lograr la conexión con el espectador que no domina los aspectos técnicos de la crisis pero que sabe que está enojado.

Fernández se mostró suelto en lo gestual, transmitió indignación al hablar de la crisis, pero no perdió el aplomo al punto de que se lo viera agresivo. No se apartó de su táctica de mencionarlo a Macri y hablarle directamente, mirando hacia un costado y apuntando con el dedo para reforzar la actitud acusadora.

El presidente no entró en el juego de responder, lo cual lo dejó en la postura de aceptar por omisión las acusaciones hechas por Alberto, aun las más dudosas, como la de haber defendido a la enseñanza privada por sobre la pública o la de que habían reaparecido enfermedades antes erradicadas.

Recién al final Macri intentó revertir el golpe al hablar de la similitud entre el dedo acusador de Fernández y los recordados discursos en cadena de Cristina tras su atril de la Casa Rosada. Pero claro, fue un recurso que únicamente logró el efecto de ser festejado por aquellos ya convencidos.

En cambio, el candidato del Frente de Todos mostró cierto esfuerzo por hacer guiños a públicos que no son los militantes kirchneristas. Por caso, cuando le dio la razón a Roberto Lavagna, quien insistía en que la primera problemática de derechos humanos a considerar era la del hambre. Seguramente, Alberto estuvo ahí atento a que, si fuera necesario, tendrá que apelar al apoyo de los votantes de Lavagna.

Y también fue sugestiva su frase en el sentido de que él no es un dogmático y que puede nutrirse tanto de políticas ortodoxas como heterodoxas. Todo un mensaje para la City financiera, en el sentido de que él se mantendrá dentro de los márgenes del realismo, sin dejarse llevar por maximalismos ideológicos. Lo mismo cuando se muestra alarmado por la suba del índice de riesgo país. En definitiva, un guiño para quienes quieren ver un costado «market friendly».

 

Ahora, la pelea por la «edición del debate»

 

En conclusión, Alberto le sacó una ventaja por puntos a Macri. Al menos, para quienes lo vieron en vivo, con un interesante rating que en el momento de mayor audiencia rondó los 30 puntos. Pero como saben todos los expertos en comunicación política, los debates se juegan en dos instancias: la primera es la discusión en vivo y luego viene la del «debate editado».

Mucha gente sólo verá escenas recortadas, sacadas de contexto y sesgadas con comentarios y datos. De manera que el partido de los próximos días será entre los equipos de los candidatos por imponer en las redes sociales las mejores interpretaciones sobre quién estuvo mejor.

Falta ahora la segunda parte, que promete ser más agresiva. Aunque, como ya lo demostraron los politólogos y expertos en comunicación desde hace varias décadas, estos debates suelen tener como efecto principal el refuerzo de las convicciones entre aquellos que ya habían decidido su voto.

No por casualidad, los que más siguen estos programas son las «minorías intensas», mientras el mayoritario público del medio termina decidiendo según su particular percepción de lo que le deparará la economía.

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