Rumbo Uno-cero-cinco. Malvinas

A las 6,05 AM del 28 de septiembre de 1966, dos jóvenes  ingresan a la cabina del DC-4 de Aerolíneas Argentinas. Sonriendo le dicen al piloto “cambiamos de rumbo, vamos a Malvinas”. El comandante Ernesto Fernández García, sonríe también creyendo que es una broma.  Los jóvenes exhiben sus armas y repiten “no tanta risa, esto es en serio”. El piloto aduce no conocer la ruta. “Rumbo uno cero cinco” replica el de lentes y le entrega las cartas de navegación.  El comandante obedece la orden y enfila rumbo a Malvinas con 42 pasajeros a bordo. Estaba en marcha el “Operativo Cóndor”.

Por Aldo Duzdevich (*) especial para Provincia 23.- A las 6,05 AM del 28 de septiembre de 1966, dos jóvenes  ingresan a la cabina del DC-4 de Aerolíneas Argentinas. Sonriendo le dicen al piloto “cambiamos de rumbo, vamos a Malvinas”. El comandante Ernesto Fernández García, sonríe también creyendo que es una broma.  Los jóvenes exhiben sus armas y repiten “no tanta risa, esto es en serio”. El piloto aduce no conocer la ruta. “Rumbo uno cero cinco” replica el de lentes y le entrega las cartas de navegación.  El comandante obedece la orden y enfila rumbo a Malvinas con 42 pasajeros a bordo. Estaba en marcha el “Operativo Cóndor”.

El vuelo 648 de Aerolíneas había despegado a las 0,45 hs de Aeroparque Jorge Newbery hacia Río Gallegos. Mezclados entre los pasajeros lo abordaron 18 miembros del comando fuertemente armados. Hoy resulta extraño que alguien pueda subir al avión con un arma. Pero, este era el primer secuestro aéreo en Argentina.  Unos años después se tornará casi una moda secuestrar un avión para dirigirse a Cuba.

Los integrantes del Comando Cóndor pertenecían a una escisión de Tacuara, llamada MNA Movimiento Nueva Argentina. Los dirigía  Dardo Cabo, de 25 años, periodista hijo de Armando Cabo dirigente de la Unión Obrera Metalúrgica, Lo secundaba Alejandro Giovenco, de 21 años,  apodado el Chicato a causa del grueso aumento de sus lentes. La periodista y dramaturga María Cristina Verrier, de 27 años, era la tercera al mando del grupo. Su padre, César Verrier, había sido juez de la Suprema Corte de Justicia.

Los otros integrantes eran: Ricardo Ahe, de 20 años de edad, empleado; Norberto Karasiewicz, 20 años, metalúrgico; Andres Castillo, 23 años, bancario ; Aldo Omar Ramírez, 18 años, estudiante; Juan Carlos Bovo, 21 años, metalúrgico; Pedro Tursi, 29 años, empleado; Ramón Sánchez, 20 años, obrero; Juan Carlos Rodríguez, 31 años, empleado; Luís Caprara, 20 años, estudiante; Edelmiro Jesús Ramón Navarro, 27 años, empleado; Fernando José Aguirre, 20 años, empleado; Fernando Lisardo, 20 años, empleado; Pedro Bernardini, 28 años, metalúrgico; Edgardo Salcedo, 24 años, estudiante; y Víctor Chazarreta, 32 años, metalúrgico. La edad promedio del grupo era de 22 años. Todos eran peronistas.

Para garantizar la buena difusión del hecho subió al avión con nombre falso Héctor Ricardo García director del diario Crónica y la revista Así, quien viajando con los comandos se garantizaba la primicia. García alegará ante la justicia que fue convocado a viajar por Dardo Cabo un día antes, quien le anticipó un episodio importante pero sin decir de que se trataba. Según la investigación de Roberto Bardini, “los periodistas Américo Rial , Emilio Abras y el mismo Dardo Cabo todos militantes del Movimiento Nueva Argentina (MNA), trabajaban en Crónica. y convencieron mucho antes del operativo a Héctor Ricardo García,  de viajar en el DC-4 de Aerolíneas Argentinas.”

A las 9 horas el avión realizó tres pasadas rasantes sobre Puerto Stanley, rebautizada por los comandos “Puerto Rivero” (en homenaje a la gesta del gaucho Rivero), buscando donde aterrizar. Las islas no tenían aeródromo y lo más parecido era una pista de carreras cuadreras de tierra, donde finalmente bajo el avión. Ya en tierra los comandos bajaron del avión e izaron siete banderas argentinas en distintos puntos cercanos. Luego tomaron posiciones de defensa alrededor de la aeronave, mientras se acercaban con mezcla de sorpresa y curiosidad habitantes de la isla. Entre ellos un joven jefe de policía al mando de seis efectivos que fue tomado como rehén.

Cabo y Verrier se dirigieron a la casa del gobernador interino, ante quien se presentaron anunciando: “como argentinos, hemos venido a esta tierra para quedarnos, ya que la consideramos nuestra”. Un isleño de origen chileno traducía las palabras que el gobernador no terminaba de entender. Recuperado de su sorpresa les ordenó “fuera de aquí, Ustedes no están en su casa”.

En la improvisada pista, ya varios jeeps Land Rover habían sido estacionados bloqueando el movimiento del avión, y casi un centenar de civiles voluntarios bien armados, rodeaban a prudente distancia todo el escenario. Los comandos hicieron bajar a los pasajeros del avión, entre quienes se encontraba el Gobernador de Tierra del Fuego e Islas Malvinas, almirante José María Guzmán. Los pasajeros fueron alojados por los kelpers, mientras en comando seguía en el avión.

A treinta y seis horas del arribo, la posición del comando era muy débil, carecían de alimentos y abrigo y estaban rodeados por una fuerza numerosa, ahora reforzada por una docena de militares británicos. El sacerdote católico Rodolfo Roel, los convenció de dejar el avión y trasladarse e su iglesia. Los comandos se formaron frente a una de las banderas izada en un mástil de hierro, cantaron el himno nacional, rezaron un padre nuestro, le entregaron las armas al piloto del avión y recuperando las banderas se retiraron hacia la iglesia. No hubo acto de rendición. La misión estaba cumplida. Allí permanecieron hasta la llegada del buque Bahía Buen Suceso enviado por el gobierno argentino para evacuarlos hacia Ushuaia.

En 1982, el Bahía Buen Suceso prestó servicio como barco logístico durante la guerra de Malvinas. Los ingleses lo atacaron en Bahía Zorro donde quedó varado. Al terminar la guerra fue remolcado a aguas más profundas donde fue hundido por un submarino británico.

En septiembre de 1966 gobernaba el dictador Juan Carlos Onganía. Los cóndores eligieron la fecha porque en esos días se encontraba de visita en nuestro país nada menos que el príncipe Felipe de Edimburgo consorte de la Reina Isabel II.  Era una visita no oficial: llegó en su calidad de presidente de la Federación Ecuestre Internacional, ya que el país organizaba el Campeonato Mundial de Hipismo por esos días. Incluso pudo jugar un “picadito amistoso” de polo con el dictador Ongania  en el Club Militar San Jorge.

Según relata Roberto Bardini: “la misma noche del 28 tres militantes del Movimiento Nueva Argentina se subieron a un destartalado Citröen y decidieron pasar frente al consulado inglés. Los hoy muertos Jorge Money y Miguel Ángel Castrofini, junto con un tercero que aún vive y que estuvo fugazmente vinculado a la guerrilla de los Uturuncos, llevaban una ametralladora PAM que había pertenecido a la Resistencia Peronista. Al pasar frente a la delegación diplomática, vieron luz en una ventana y dispararon una ráfaga. Al día siguiente leyeron en los diarios que cinco balas se habían incrustado en la pared de un salón. Y que diez minutos antes el príncipe Felipe de Edimburgo había estado parado exactamente ahí. Seguramente charlaba sobre su partido de polo con Juan Carlos Onganía.”

No fue el único incidente que sufrió el príncipe Felipe. Al día siguiente en una visita a la usina de Puerto Nuevo, un grupo de trabajadores de Luz y Fuerza desde una torre  arrojaron volantes repudiando al imperialismo ingles.  La crónica periodística dice que levantó uno y lo leyó (¿leería español?) “Cuándo terminó la lectura del volante el príncipe sin acusar emociones, continuó serenamente su camino y concluyó la visita” . Obvio…como un príncipe ingles. Parece que el interés del príncipe por Argentina no estaba solo en el polo y su amigo “el morsa” Onganía. Había otras razones del corazón, que cuento en el recuadro aparte.

Los cóndores no estaban solos. En Buenos Aires algunas decenas de jóvenes hicieron manifestaciones de apoyo y cayeron presos, entre ellos el casi adolescente periodista Roberto Bardini. También en Rosario cinco jóvenes intentaron tomar el Consulado Ingles y fueron desalojados por una fuerza de 50 policías fuertemente armados. La CGT y las 62 Organizaciones se expresaron a favor de los cóndores y amenazaron con un paro nacional si eran encarcelados.

En Ushuaia fueron juzgados y encarcelados. La mayoría solo por nueve meses. Pero Dardo Cabo, Alejando Giovenco y Juan Carlos Rodriguez por tener antecedentes purgaron tres años de cárcel.

El jefe del grupo Dardo Cabo años después pasó a militar en Montoneros, el 8 de enero de 1977, estando detenido en La Plata, fue sacado del penal y fusilado. Jorge Money el 17 de mayo de 1975 fue asesinado por la Triple A. Alejandro Giovenco militante del CNU  sobrevivió a un atentado de Montoneros, pero le exploto una bomba que llevaba en su portafolio y murió el 18 de febrero de 1974.  Miguel Angel Castrofini fue asesinado por el ERP22, el 8 de marzo de 1974. Juan Carlos Rodríguez vinculado a Lorenzo Miguel  murió asesinado  por la CNU de La Plata. Aldo Omar Ramírez militó en Montoneros secuestrado desaparecido el 1 de septiembre de 1977.

No está claro cual era el plan de los cóndores. Como iban a resistir o a retirarse de Malvinas luego del complicado desembarco. El avión no tenía más combustible y las ruedas estaban enterradas en la turba malvinense. Tal vez el plan llegaba hasta donde pudieron hacer, izar la bandera argentina sobre nuestro suelo. Solo ese pequeño-gran gesto. Lo pagaron con años de cárcel y pusieron en riesgo sus vidas. En fin. Eran años en que la militancia por una causa, representaba mucho mas que obtener un cargo electivo o un buen puesto en el Estado.

 

Un mechón de tus cabellos, un beso y un adiós

 

Entre tantas historias de heroísmo, violencia y muerte, también había lugar para apasionadas historias de amor. Y aunque no son mis predilectas encontré en los diarios de la época dos historias que merecen ser contadas.

Una vieja canción de Salvatore Adamo, decía “un mechón de tus cabellos, hoy yo guardo para mi”. Y tal vez se inspiró en el director teatral  y actor Abel Sáenz Buhr, quien al día siguiente de conocerse el aterrizaje en Malvinas de los cóndores declaró a la prensa que:  “su esposa María Cristina Verrier había sido la inspiradora del episodio, quién hace mucho tiempo lo estaba organizando, pero para la realización práctica necesitaba de hombres de acción y ellos son la consecuencia de esa necesidad.  Agregó que “mi esposa y otros integrantes del grupo no están afiliados a ninguna organización y por el contrario antes de partir todos los miembros juraron no darle ningún carácter partidista. Añadió que la intención de los comandos era apoderarse de los controles del gobierno de las islas y resistir por sus armas hasta las últimas consecuencias. El director teatral había dicho también que cuando esposa se fue con los comandos nacionalistas “me dio un mechón de cabello suyos, un beso y me dijo hasta dentro de 6 meses”.

Sin embargo una semana después el 7 de octubre,  la prensa informó que: “Entre una áspera lucha tribunalicia, la única mujer del grupo María Cristina Verrier agregó una nota insólita al anunciar su casamiento con el jefe del operativo Dardo Cabo. La rubia joven en una fugaz entrevista con reporteros gráficos dijo que había contraído enlace con Cabo, en Montevideo, pocos días antes de iniciar el Operativo Cóndor, “esta es nuestra luna de miel en la cárcel”, añadió, tomando la mano del joven. También negó que fuera la esposa del director teatral Abel  Sáenz Buhr, quien en Capital Federal había formulado declaraciones diciendo que la muchacha se había despedido dejándole un mechón de cabello, un beso y diciendo hasta dentro de 6 meses.”

Bueno, parece que el Operativo Cóndor salió limpio, sin heridos, salvo el corazón de Sáenz Buhr, que no sabemos si lo pudo reconstruir con sus casamientos posteriores con las actrices Laura Bove y Sandra Sandrini.

Otro que salió ileso fue el fiel esposo de la reina Isabel II, don Felipe de Edimburgo, cuya estadía en Buenos Aires en septiembre de 1966 vinieron a perturbar los muchachos de el MNA con su acción en Malvinas y los tiros al consulado.  Como dije antes, parece que a Felipe, mas que la diplomacia, lo atraía visitar estas pampas por una pulsión mas terrenal.

En 1962 el duque visito por primera vez la Argentina, durante el convulsionado gobierno de Frondizi. Según la crónica periodística: “En varias ocasiones, el príncipe fue blanco de estudiantes que le tiraron huevos y manifestantes contra la ocupación británica de las Islas Malvinas. El 27 de marzo, Felipe tuvo que abandonar intempestivamente la ciudad de Buenos Aires porque las Fuerzas Armadas comenzaron a marchar tras la victoria electoral de Andrés Framini, candidato peronista, en las elecciones de Provincia de Buenos Aires. La poco exitosa visita real terminó a 140 kilómetros, en la estancia de la familia Blaquier, donde Felipe sería entretenido por la alta sociedad argentina con cenas y partidos de polo”.

Sin embargo, tan mal no le fue. “Allí conoció a  la bellísima, poderosa y encantadora Magdalena Nelson Hunter de Blaquier, de ojos celestes y una personalidad arrolladora. La mujer de 46 años, viuda de Juan José Silvestre Blaquier, rompía todas las reglas: era moderna, avanzada, inteligentísima y audaz. Además, era experta en caballos.  El hombre estaba fascinado.”

Allí nació y trascendió la versión de que Malena y el  duque  forjaron un profundo vínculo amoroso, algo que ella siempre desmintió. “Lo único que me une al Duque es nuestra pasión por el polo”, subrayó en una entrevista la mujer, que falleció en 2017 a los 100 años. Pese a que públicamente ella siempre rechazó esa historia, su familia manifestó lo contrario. “Me contaron que mi abuela tuvo un affaire con Felipe de Edimburgo”, afirmó Concepción Cochrane de Blaquier, nieta de Malena.

Es probable que la reina Isabel II, además de Malvinas, el gol de Maradona y otras cuestiones, guarde otro viejo rencor contra los argentinos/as, producto de las travesuras de su adorado esposo Felipe de Edimburgo, con la bellísima  Magdalena Nelson Hunter de Blaquier.

 

(*) Aldo Duzdevich Autor de Salvados por Francisco y La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón.

 

 

 

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