“Soy tu raíz y con el tallo llevo mis ramas al cielo y las extiendo hacia el horizonte eterno”

Los alemanes del Volga ya llevan 141 años en la Argentina. Sus más de dos millones y medio de descendientes directos han contribuido enormemente al desarrollo del país, especialmente en la agricultura. Introdujeron muchas innovaciones tecnológicas y hoy ocupan espacios en la cultura, el deporte, la política, las ciencias y el mundo académico. Fundaron colonias en Entre Ríos, Buenos Aires, La Pampa, Santa Fe y en el Chaco. La Guerra de los Siete Años en Europa los hizo ansiar y amar la paz. La zarina de Rusia, Catalina la Grande (alemana ella), les dio el Volga medio para que construyan su paraíso de trabajo y prosperidad. Católicos, protestantes y menonitas, estos germanos practicaron su religión en medio de la Rusia ortodoxa. La ‘rusificación’ compulsiva del Zar Alejandro III y la llegada del comunismo los obligaron a migrar: protestantes hacia Estados Unidos y Canadá y católicos hacia Sudamérica. Los que quedaron en Rusia fueron masacrados por Stalin en un genocidio no muy conocido. Hoy ya son un frondoso árbol que echó profundas raíces y sus ramas llegan hasta Tierra del Fuego donde ya hay muchos descendientes que mantienen las tradiciones alemanas. La entrevista se consiguió merced a los buenos oficios de Gisela Stirz, integrante de esa colectividad alemana en Entre Ríos.

(Ramón Taborda Strusiat).- Guthen morgen!, (Buenos días en español). Así comenzó su entrevista con Provincia 23 Darío Wendler, descendiente de alemanes del Volga y residente de Valle María, en Entre Ríos.

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“Me gusta saludar en la lengua que me ha sido transmitida por mis abuelos; soy de tercera generación y (el alemán) es una lengua que mantuvimos por 250 años y que la hablo perfectamente. Llegamos aquí en 1878 a construir esta colonia de General Alvear, que está en la Provincia de Entre Ríos, en el Departamento Diamante, sobre la costa del río Paraná”, contó el entrevistado al director de este medio, Néstor Alberto Centurión, a la sazón, entrerriano nacido en Paraná.

Efectivamente, estos alemanes del Volga que llegaron a la Argentina, en el puerto de Buenos Aires, lo hicieron merced a una ley del entonces presidente argentino Nicolás Avellaneda. La primera colonia se estableció en Hinojo, cerca de Olavarría en la Provincia de Buenos Aires, el 5 de enero de 1878, y otros lo hicieron en el departamento entrerriano de Diamante el 24 de enero del mismo año, fundando General Alvear. Más tarde lo fueron haciendo en el resto de las provincias. La población total de descendientes de alemanes del Volga en la Argentina está estimada en algo más de 3.500.000 habitantes, si bien el Centro Argentino Cultural Wolgadeutsche dice que hay un millón menos: alrededor de 2.500.000.

Wendler precisó que la colonia de General Alvear “está  situada entre dos arroyos, el Ensenada y el Salto. La colonia tiene una dimensión de 30 kilómetros de largo por unos 15 kilómetros de ancho. En el caso de Valle María tiene cuatro mil habitantes”.

“Cuando llegó mi bisabuela Catalina Gassmann -con diez años de edad- su padre Nicolás y toda su familia, había en la Argentina solamente un millón doscientos mil habitantes en todo su territorio”, recordó.

Wendler detalló que “ese primer contingente estaba integrado por 1.005 personas y crearon esta primera colonia, General Alvear, para establecerse. La idea del Gobierno nacional era que cada familia se estableciera en cada chacra -de 44 hectáreas cada una- y que estén desparramadas porque el concepto político de fondo en esa época era que para que podamos gobernar, debemos poblar el territorio”.

En ese sentido observó que “nuestras familias estaban acostumbradas a vivir en pequeños poblados, en aldeas, y a trabajar en el campo. A la mañana temprano se salía a realizar las labores y se regresaba a la noche, porque el concepto importante era que los hijos tengan que ir todos los días a la escuela y a la iglesia, eso era el centro de la vida en el pueblo, que Dios esté en el centro y también la educación con los chicos en la escuela. Eran dos conceptos transversales que se cruzan muy fuertemente en la idiosincrasia, en la cultura del pueblo y con ese concepto hubo seis meses de dificultades con el Gobierno argentino y con nuestros bisabuelos porque siempre estuvieron acostumbrados a vivir en aldeas y nunca vivir desparramados en el campo”.

Agregó que “ellos se preguntaban cómo iban a ir los hijos a la escuela, cómo iban a recibir instrucción y educación, cómo vamos a hacer para ir al templo, porque todo esto era fundamental para ellos y trabajar en el campo”.

En Valle María habitaron unas 400 familias y en los otros pueblos se asentaron alemanes del Volga. “Las aldeas se denominaron: Protestante –conformadas por familias luteranas-; Spatzenkutter; San Francisco y Salto que junto con Valle María conformaron las primeras cinco aldeas de alemanes del Volga que en el primer barco vinieron todos juntos”, comentó.

En esta querella con las autoridades argentinas, “porque estos inmigrantes querían vivir en aldeas como en Rusia y no desparramados por el campo y amenazaron con irse a Brasil donde sí se les permitía vivir en poblado. Finalmente le Gobierno argentino cedió y entonces cada familia se fue a fundar sus aldeas”.

Wendler detalló que solamente en Entre Ríos viven más de 250.000 descendientes, pertenecientes a la tercera y cuarta generación de alemanes del Volga. “En toda la Argentina somos unos dos millones quinientos mil y la de Entre Ríos no fue la única inmigración y no se terminó con el primer barco. Un gran grupo vino a la Provincia de Buenos Aires, en las zonas de Hinojo, lo que conocemos como Coronel Suárez, Pigüe y Guatraché en La Pampa. También hay un grupo dispersado en Santa Fe y otro grupo grande en el Chaco, más precisamente en Villa Ángela”.

El cantautor Sergio Denis (Héctor Omar Hoffmann Fenzel) es uno de los exponentes de estos inmigrantes que se asentaron en Coronel Suárez.

Wendler contó que la gente siempre le pregunta por qué son altos y responde que es por la buena alimentación que está relacionada con la contextura física. “Viviendo en Rusia, sobre el río Volga, la alimentación era muy buena porque todo lo que producían, quedaba para el pueblo. El convenido que se hizo entre nuestra gente y Catalina la Grande (Zarina de toda Rusia, descendiente de alemanes y gobernó desde 1762 hasta 1796), ella era hija de un príncipe alemán y se casó con el Zar de Rusia y al fallecer su esposo, ella asumió como emperatriz y es así que invitó a sus connacionales alemanes a vivir al Volga (antes que Alemania tuviera su status de Estado)”.

Estos alemanes procedían de Hesse, Renania-Palatinado, Baden-Wurtemberg y Baviera, que para emigrar a la tierra de los zares, se reunieron en la ciudad de Büdingen, en Oberhessen, para marchar todos juntos.

Continuó diciendo que “allí produjeron durante cien años, hasta dos cosechas se podían hacer por año, como ahora. Catalina les prometió libertad religiosa, no contribuir con el imperio ruso en materia militar, autonomía en la lengua, la escuela y la religión. Todo esto hizo que las colonias progresaran mucho porque todos los hijos varones –en esa época era de diez a doce hijos por familia- quedaban en el pueblo al no tener que hacer el servicio militar cuando en la Europa los jóvenes iban a las distintas guerras. Al contar con estos muchachos –que generalmente se casaban a los 16 ó 17 años- se contaba con una gran fuerza laboral. Las energías para producir venían del esfuerzo humano y de los caballos que eran la fuerza de tiro por excelencia en la agricultura de los alemanes del Volga, lo cual los benefició mucho para sembrar mucha cantidad; en cambio el español, el portugués y el italiano usaban bueyes para el tiro, lo que es más lento y por lo tanto son pocas las hectáreas que se pueden sembrar”.

En este sentido, Wendler aseguró que “el tener la experticia de manejar ocho caballos con riendas con un arado de dos rejas, hace que se pueda cultivar una superficie mucho mayor lo que les dio la posibilidades de tener mucha más cantidad de trigo, mucha más cantidad de alimentos y por eso la gente estaba siempre bien alimentada en el Volga y por eso eran altas las personas”.

También explicó que en la zona donde vivieron sus ancestros a orillas de este famoso río, “vivían dos tribus semi nómadas y salvajes que eran los kirkisios y los calmucos (descendientes estos últimos de los mongoles) que eran grupos de 30 ó 40 jinetes que merodeaban siempre las colonias y a veces las atacaban y por eso el modo de construir de los alemanes del Volga era construir la casa en una esquina, no hacerle puerta a la calle por eso en nuestras aldeas entrerrianas entramos desde la calle hacia el patio y de éste a la casa”.

Agregó que “esto viene desde esa época donde lo dispusieron así para que los jinetes no puedan entrar con los caballos y así la casa se hacía inexpugnable y defensiva. La vida entonces era más interna, hacia el patio, con los otros vecinos que estaban en derredor. Por manzana había solamente cuatro casas y siempre ubicadas en las esquinas y lo demás, todo cerrado. Todo eso hacía defensivo al predio ante el ataque de esas tribus. También, al tener cada familia un cuarto de manzana, les permitía tener una o dos vacas durante los cuatro meses por año que había nieve. Esas vacas, con el pasto, con las gallinas y un par de cerdos, les permitía tener alimentos en esos meses de invierno y hablamos de leche, crema manteca, huevos, carne de cerdo”.

Explicó además que en esa zona del Volga, “en invierno había 20 grados bajo cero y además el río se congelaba. Se podía pasar sobre él con trineos y carros y esas bajas temperatura hacía que la gente tenga que ponerse mucha ropa y obviamente una casa confortable que los cobije por eso siempre era muy importante criar ovejas para tener lana con las que confeccionaban sus ropas, las frazadas, las almohadas, los colchones, gorros, bufandas y guantes para poderse proteger de semejante frío y por eso teníamos los techos a cuatro aguas para que caiga la nieve y derrape. Hace 140 años en Entre Ríos no se conocía este tipo de construcción y los alemanes del Volga construyeron sus casas de acuerdo a su tradición y saber pensando que podía haber nieve”.

Como dato curioso contó que su tatarabuelo, Nicolás Gassmann, “era el patriarca del grupo que vino a Valle María y en ese conflicto con el Gobierno argentino que mencioné, cuando finalmente decidieron asentar la aldea, vinieron a este espacio para construir sus casas, pero no tenían ladrillos, como tampoco el conocimiento del criollo para hacer ranchos. Entonces cavaron cuatro metros de largo por tres de ancho y dos de profundidad. Sacaron esa tierra, pusieron estacas, pusieron chilca, paja brava y ramas como techo; una escalera para bajar y allí dormían, pensando también en el frío. Lo mismo habían hecho en el Volga en los primeros tiempos porque no tenían ladrillos y por eso las primeras casas eran bajo tierra”, relató.

Los primeros inmigrantes alemanes le pusieron a la zona ‘Marien Tal’ que en español significa Valle María, “pero los criollos nos pusieron el sobrenombre de ‘La aldea de los Vizcacheros’ porque la vizcacha es abundante en esta zona y vive bajo la tierra como hicieron nuestros ancestros, hasta que finalmente pudieron cocer ladrillos y hacer techos de chapa”.

“¿Por qué una casa a cuatro aguas? ¿Por qué no tiene una puerta a la calle? ¿Por qué come determinados alimentos, baila o canta de determinada manera? ¿Por qué reza de ese modo? Todo tiene una respuesta y es la cultura ancestral. Las primeras casas de los  alemanes del Volga tenían el horno y la cocina económica, dentro. Se dormía al lado de la cocina y el horno, porque en Rusia vivían a 20 grados bajo cero y era muy obvio. Se prendía el horno para hacer el pan, la torta, calentar agua y de paso calefaccionaban las casas”, explicó.

“Fue así que acá en Valle María construyeron de ese modo sus hogares, pero con una diferencia, que acá hace 35 grados sobre cero en verano y cayeron en la cuenta nuestros ancestros que no podían dormir. Hay que ver que cada familia tenía diez hijos. Entonces se levantaban dos veces por semana a hacer el pan; prendían el horno y no podían dormir. La cocina económica se prendía todos los días para cocinar para una docena de personas y el calor era impresionante. Pocos años después se dieron cuenta y empezaron a construir la cocina y el horno aparte, afuera y despegada del dormitorio, haciendo un patio entremedio y ahí tenían también la despensa”.

Wendler contó que las fosas donde tenían sus primeros hogares “no se tapó y se utilizaron como sótanos donde se guardaba la grasa de cerdo –en esos tiempos no había aceite-, también el chucrut, la papa, la cebolla y los jamones. Asimismo las bondiolas, los quesos y los salames. En esos tiempos tenían un 60 ó 70 por ciento de carne de cerdo y el resto de vaca; ahora, con los años, esa proporción es mitad y mitad porque se dieron cuenta que acá se puede tener más vacas mientras que en Rusia tenían más cerdos y más ovejas que se criaban más bien para la lana con la que se hacían la ropa, almohada, frazadas, colchones, bufandas, gorros y medias”.

“Por eso era importante tenerlo todo bien resguardados para que las tribus de kirkisios y calmucos en sus invasiones no les llevaran estos alimentos ni la miel producidos durante el verano ya que en invierno es imposible producir y había que acaparar lo que se podía producir en esos cuatro meses de buen clima”, explicó.

En antiguas crónicas de periódicos de Diamante hay escritos que relatan la llegada y las vivencias de los primeros pobladores alemanes venidos del Volga. “A los criollos les llamó tanto la atención que lo escribieron porque venían con grandes gorros, con grandes bufandas, con generosos guantes y con ropa muy abrigada y llegaron aquí en enero. Sus baúles estaban llenos de lana y traían un aparato para descardar la lana apelmazada que nuestras abuelas lo usaban mucho en invierno que nosotros llamamos ‘kratzer’, sentadas al lado del fogón abriendo las lanas para después lavarlas, luego ovillarlas para hacer los tejidos”, explicó Darío Wendler.

Otro factor que les afectó mucho a estos germanos inmigrantes “eran los mosquitos y las moscas. Que los mosquitos les picara, les sacara sangre y les dejara con grandes ronchas coloradas les llamó mucho la atención y los asustó en los primeros tiempos porque no conocíamos los mosquitos en Rusia y había muy pocas moscas”.

No vino ningún médico con ellos, “la salud la atendía alguna persona que tenía algún conocimiento de medicamentos muy clásicos –muchos yuyos y cosas naturales- y recién entre 1935 a 1940 llegaron los primeros médicos a Valle María; estuvimos entre 60 y 70 años sin tener un médico, pero teníamos un médico espiritual muy grande (Dios)”.

 

El Museo de Valle María

 

Darío Wendler mantiene un museo en esa localidad entrerriana y contó que “las piezas más antiguas que tenemos y que más se pudieron preservar son los baúles. Tenemos tres construidos en madera y es lo único que se podía traer. Para 1877 cuando salimos de Rusia nuestros ancestros trajeron estos baúles, un par de cuchillos, una cruz, mucha ropa y no mucho más. El viaje desde Rusia hasta Diamante duró dos meses y al venir en barco hasta el puerto de Buenos Aires, no podían traer más cosas porque no había espacio en las embarcaciones; tuvieron que dejar todas sus pertenencias. Como siempre digo, lo más importante que traían eran sueños, esperanzas, ilusiones, valores. Es lo que no se ve, pero es lo que vale de verdad”.

Consultado sobre la composición de su familia, Darío Wendler contó que “somos tres hermanos; mi hermano Mario y mi hermana Patricia; tengo dos hijos; mi papá que tiene 86 años, ellos eran 16 hermanos y pertenecen a la segunda generación, yo soy de la tercera; y a través de mi papá y de mi bisabuela conozco tanto la historia. Además, la familia Gassmann y otras familias, tenían la costumbre de tener lo que llamaban ‘El Libro de la Familia (Das Familienbuch) que es un libro que se pasaba de generación en generación y se escribía en alemán todos los días lo que sucedía. Tengo una copia de ese diario en alemán y en español; ya tiene 180 años (es decir, se comenzó a escribir en Rusia) y me fue muy fácil hacer el árbol genealógico. Tenemos muchos datos, de quién se casó con quién, cómo fueron las cosechas, cuándo nació alguien, cuándo se construyó la iglesia, quién fue a la escuela, qué cantaban, hasta si llovía, cuándo llovía, si atacaban los kirkisios, qué nueva aula, qué nuevo maestro, en fin, detalles de la vida de un pueblo, todo está escrito y en forma muy fidedigna lo que lo convierte en una fuente inobjetable”.

En relación a la cultura de este pueblo, Darío Wendler destacó que “se mantiene en la vestimenta y en las comidas. Lo que más cuesta mantener, por ahí, es la lengua. Por eso tenemos como municipio un taller de idioma alemán, que se les da a los niños, a los jóvenes y los adultos en la sede de la Unión de los Alemanes en Valle María, donde tenemos una profesora y que dos veces por semana le da clases de alemán a los chicos; después tenemos un taller de folklore alemán que actúa en muchos lugares, ahora estamos invitados a Villa General Belgrano Oktoberfest (la fiesta de la cerveza en esa localidad cordobesa)”.

En ese sentido, detalló que este elenco de ballet tiene 40 integrantes “que representan los bailes típicos alemanes”. En relación a las comidas típicas, Wendler precisó que “tenemos dos fuentes básicas: los derivados de la harina, para dulce o salado; y, las proteínas venían derivadas por el lado del cerdo por un lado, y los derivados de la leche, por otro lado que incluye queso y manteca”.

Agregó que “con algo de cerdo y los panes, las tortas y las facturas, son las comidas básicas con esos tres ingredientes, que eran lo básico en la alimentación de los alemanes del Volga, entre las más populares están el Pirokk o Kraut Pirok y el Fullsen”.

En esa localidad, está el Paseo de los Inmigrantes –sobre la Ruta 11- en memoria de los alemanes del Volga. “El actual vicegobernador de Entre Ríos Adán Humberto Bahl, es descendiente de alemanes del Volga por ambas partes; su madre y su padre son de nuestra región; él nos recibe y nos atiende siempre bien. Ahora fue elegido como Intendente de la capital de nuestra provincia, Paraná, y va a tener una gran responsabilidad, un gran desafío. Actualmente nuestra intendencia la conduce el Partido Vecinalista que es una fuerza propia de Valle María; la dirige Arsenio Orman (Intendente); el Secretario de Gobierno es Mario Sokolovsky (Intendente electo); ellos terminan su función el 10 de diciembre. También tenemos a Omar Schild que es actual senador proveniente de Diamante y descendiente de los alemanes del Volga; después hay otros presidentes de juntas, hay otros diputados en la provincia también descendientes. Estamos muy involucrados en todas las áreas, deportes, turismo, cultura, también en ámbitos académicos. De a poco vamos ganando espacios en distintos lugares, como el político, y es importante que vayamos ocupando esos espacios a favor de la provincia y a favor también de nuestra comunidad”, destacó Wendler.

 

Los oficios más importantes en la colectividad alemana

 

Darío Wendler destacó que los dos oficios más importantes “eran el herrero y el carpintero; éste último porque todos los muebles se fabricaban propiamente aquí y la herrería era muy importante por los arados, los carros rusos, los discos, las rastras, las sembradoras y a todos estos aparatos había que hacerle un mantenimiento constante. Por eso el herrero era muy valorado también y muy necesitado para hacer esas actividades”.

Sus tatarabuelos trajeron algunos elementos, “pero lo más importante que trajeron fue la experticia en saber manejar esas cosas. La mayoría de los equipamientos que hay en Valle María es de la familia Hermann que fueron herreros de generación en generación. Personalmente conocí al viejo herrero Santiago Hermann; uno le llevaba un fierro recto y él lo doblaba, lo ponía en ángulo; lo calentaba con la fragua y después a golpes le iba dando la forma necesaria, lo mismo que para las rejas y lo propio para hacer los elásticos de los carros porque hace cien años atrás los hierros no venían con todas las medidas. Venía en una sola medida y después cada herrero tenía que cortarlo, calentarlo, doblarlo y darle la forma que necesitaba el cliente. Por eso era importante tener una buena fragua y el conocimiento de cómo trabajar el hierro”.

 

La revolución productiva del caballo

 

El entrevistado observó que “el caballo fue el aporte más importante de la economía del país, todavía no muy bien estudiado ni investigado. En general los españoles y los portugueses han usado siempre el buey con un arado mancera; para las dimensiones de los campos en Europa, era posible usarlo; pero para la Pampa Húmeda y en América en general, era muy poco rendidor porque es muy poca la superficie que uno puede sembrar y cultivar con esta combinación. Nuestros abuelos ya usaban los caballos en Rusia, casi nada para montar y sí en cambio como animales de tiro para el carro de traslado de personas y cereales y para arar el campo, para pasar las rastras, para pasar los discos y mover las cosechas”.

Continuó diciendo que “tener la expertiz de manejar un arado con ocho caballos atados con todas las riendas fue una contribución muy grande para arar 30, 40 ó 60 hectáreas, además de tener el conocimiento de todas las pecheras, correajes y arneses para poder tirar”.

También la talabartería fue un oficio muy importante porque había que fabricar estos elementos de cuero, armarlos, coserlos y mantenerlos. “Mi bisabuelo, Juan Stamm era un hombre rico, no solo porque tenía mucho campo, sino porque además tenía 50 caballos y seis hijos varones. Un varón de esos seis, se dedicaba solamente al cuidado de los caballos y de las pecheras. Amansar los caballos, darles de comer, atarlos, ponerles los arneses, llevarlos al campo y sacar los caballos que estaban cansados del arado y poner los que estaban frescos. Entonces los separaba y los llevaba a descansar, proceso que se repetía cada cuatro horas en la jornada laboral de labranza”, contó Wendler.

En esos tiempos, “se empezaba a arar temprano. Por ejemplo, el trigo se empieza a sembrar en junio y julio, así que ya en mayo había que arar los campos para después pasar las rastras. A las 4 de la madrugada empezaban las aradas con dos arados y 16 caballos, así Cipriano tenía dos hijos ahí y otro trayendo los caballos frescos para no parar el trabajo. Se araba, se pasaba la rastra, el disco, luego la sembradora y nuevamente la rastra, así podía la gente progresar”, relató.

Es así que “a los pocos años, la Argentina comenzó a exportar trigo por el puerto de Diamante. Pensemos que hasta 1870, la mayoría del pan que comíamos en la Argentina –sobre todo los porteños- el 60 ó 70 por ciento provenía de Francia (por eso los mignones). En esos tiempos, el único lugar en que se producía trigo, era en lo que hoy conocemos como San Isidro en la provincia de Buenos Aires, que se llama así por San Isidro Labrador”.

Añadió que “hasta la llegada de los alemanes suizos y de los franceses que se asentaron en Esperanza, provincia de Santa Fe y que se convirtió en la primera colonia agrícola del país –fundada en 1856- y hasta la llegada de nuestros abuelos alemanes del Volga a las provincias de Entre Ríos y Buenos Aires (Hinojo y Coronel Suárez), a los diez años la Argentina comenzó a autoabastecerse y empezar a exportar trigo a los mercados europeos”.

 

Guerra de los siete años

 

Wendler retomó la parte histórica y recordó que “a comienzos de 1756 se desató en el centro de Europa una guerra muy grande entre Francia e Inglaterra conocida como la ‘Guerra de los siete años’ por el dominio del mundo y de los mares. Nosotros, los alemanes del Volga, quedamos absorbidos por ese conflicto bélico, apoyando a Francia. Terminada esa guerra, terminamos muy pobres, con nuestra población diezmada y muy enojados con los príncipes alemanes”.

Añadió que “la princesa Catalina, hija de un príncipe alemán, se había casado con quien iba a ser el heredero del Zar de Rusia. Su marido asume el poder pero luego muere y ella asume el poder convirtiéndose en la Zarina y pasaría a la historia como Catalina la Grande. Y es así que invita a los alemanes que estaban descontentos con los príncipes alemanes a ir a vivir a Rusia prometiéndoles tierras, libertad religiosa, no hacer el servicio militar y no aportar económicamente al imperio ruso; además de libertad de escuela y libertad de organización política en las aldeas”.

Es así que en 1775-76, un grupo grande de germanos, “sale del Palatinado, que está lindando con el Rhin, viajan en barco por el norte de Alemania hacia San Petersburgo y de esta ciudad se van caminando hasta el Volga medio. Ese viaje duró un año; la caravana era de 30 mil personas y llegaron 25 mil, cinco mil murieron en el camino de tres mil kilómetros de extensión desde San Petersburgo hasta el Volga medio, caminando y en carreta, todo eso está en el registro del libro de la familia que mencioné antes”.

Justamente esta comunidad prosperó a ambas márgenes de ese río del centro ruso, en la zona de la actual Saratov. “Del lado de las praderas, de las llanuras, está Marien Tal, sobre un afluente del Volga que es el Karaman y del otro lado es el de las montañas hacia Saratov. La superficie que ocupaban los alemanes era de 350 kilómetros de largo por 250 kilómetros de ancho”.

Añadió que “hacia el 1900 llegaron a ser un millón 200 mil habitantes distribuidos en unas 450 pequeñas aldeas de entre dos a seis mil personas cada una”.

 

La diáspora alemana del Volga

 

Antes de esa época, el Zar los obligó a ‘rusificarse’, imponiéndoles maestros de lengua rusa con el alfabeto cirílico, “les quitó autonomía de gobernanza de sus aldeas; les hizo cambiar la religión de católicos, protestantes y menonitas, a ortodoxos; además, todos los varones mayores de 15 años tenían que hacer el servicio militar obligatorio de cinco años de duración, lo que le quitaba fuerza al pueblo”.

“A gente, como mi tatarabuelo, esto no les gustó y entonces deciden buscar de salirse de las colonias y en 1877 el gobierno argentino de Nicolás Avellaneda promulga la ley de inmigración, buscando la inmigración europea para colonizar la Argentina, para hacer colonias porque estábamos muy deshabitados”, agregó.

Desde esa época y hasta 1923 en que llegó el último contingente de alemanes del Volga, se produjo esta diáspora. “El Gobierno ruso de Stalin, cierra las fronteras y no deja salir a nadie, comenzaba el comunismo. La mayoría que salió de Rusia eran protestantes y se fueron a Illinois, Estados Unidos, en el centro triguero, otro grupo grande vino a la Argentina y un tercer grupo también grande, llegó a Brasil. Los que se quedaron vieron pasar la primera guerra mundial (la Gran Guerra), la revolución bolchevique, la instauración del comunismo y en la Segunda Guerra Mundial, quedaron entrampados”.

En ese punto, Wendler recordó que Hitler y Stalin firman un convenio de no agresión y se reparten Polonia por la mitad, el Führer “va tomando posiciones en Europa con la invasión a distintos países y el líder soviético se queda con Rusia y la mitad de Polonia. Pero como todos sabemos, Hitler lo traiciona e invade Rusia ingresando por Stalingrado con cuatro columnas (el 6° Armee o Sexto Ejército Alemán) y Stalin, temiendo que los alemanes del Volga se plieguen a los germanos, los acusa de nazis y fascistas. Nuestra gente no tenía idea sobre esas cuestiones políticas y fueron deportados”.

En tal sentido, “el 28 de agosto de 1941, Stalin emitió un decreto de deportación y en un mes deportó a unos 800 mil alemanes del Volga a Siberia y Kazajistán (República de Kazajstán) donde la gran mayoría –unos 600 mil- murió por el frío y por los trabajos duros en los gulags, fue casi un genocidio no conocido y no visibilizado”.

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