Cómo nació Las Grutas como destino turístico

Élida Deasti Garibotti llegó con su esposo colectivero francés cuando en Las Grutas solo había 11 familias con apenas un cable de luz eléctrica y ningún servicio esencial, salvo el agua que llegaba en camión y algunos la recogían en aljibes. Contó que el impulso a la localidad la dio el ex gobernador rionegrino Mario Massaccesi con más servicios y obras y desde entonces despegó. “Acá la temporada comienza el 8 de diciembre y culmina con los carnavales”, explicó. El turismo es el motor por solamente un mes por año en Las Grutas y con eso sobrevive una comunidad de unas doce mil almas.

Las Grutas.- En diálogo con Radio Universidad y Provincia 23, Élida Deasti Garibotti relató parte de su vida en los últimos 43 años en Las Grutas, lugar a donde llegó con su marido en un colectivo en 1968 cuando esta localidad cercana a San Antonio Oeste, contaba apenas con 11 familias. Ella y su esposo fueron los primeros en poner una casa de comidas en ese lugar.

Con sus 84 años cumplidos y valida de un bastón, ella sigue trabajando de lunes a lunes en su negocio ‘La Caracola’ y conserva su receta especial de pulpo colectados en la costa cercana a este balneario.

Élida tiene tres hijos varones y seis nietos. Su hijo mayor y su nuera regentean el negocio de pastas de Las Grutas, localidad que hoy ronda los 12.000 habitantes.

“Muchas veces me dicen la señora de los tres apellidos, Élida Deasti Garibotti de la Caracola’ que es el nombre de mi negocio (una rotisería) que ahora es de mi hijo”, introdujo.

Recordó que llegó con su esposo ‘ablandando’ un colectivo con miras a llegar a Bariloche, pero al llegar a Las Grutas se enamoraron del lugar. “Cuando llegamos había unas 11 familias, no había agua, no había has y la luz eléctrica se cortaba a las 8 de la noche. El tren paraba en ‘El Apeadero’, así se llamaba entonces. El tren se llamaba ‘Los Arrayanes’ y tenía los estribos muy altos y entonces no podía al pueblo de San Antonio (Oeste) que en ese tiempo no era una ciudad como hoy, sino un pueblo”.

A modo de anécdota, recordó que “mi marido, con el colectivo, sin darse cuenta arrancó un cable que era el único que había para alumbrar un poco Las Grutas. Fue una anécdota muy cómica, pero lo cierto es que desde ese entonces hasta ahora, salimos a flote trabajando muy duramente y criando muy bien a nuestros hijos. Tanto es así que todos regresan acá todos los años, que es lo importante porque la familia está primero”.

Agregó que “acabo de cumplir 84 años y sigo trabajando en la cocina porque me gusta mucho”. Consultada si es cierto que tiene guardada la receta del pulpo bajo siete llaves, lo negó, pero en cambio admitió que “uno va aprendiendo a medida que van transcurriendo los años y un día le pone un ingrediente, otro día otro, hasta que va eliminando todos los problemas; no es ninguna ciencia”.

Como buena ‘tana’, su afición por las pastas es innegable y el corazón de su negocio. “Mi padre era del Piamonte y madre de Génova. Mi esposo era francés, de Perpignan. Un día estábamos con mi marido en Buenos Aires y me propuso que compremos máquinas para poner una fábrica de pastas. No teníamos dinero porque eran tiempos muy difíciles con tres hijos. Recuerdo que lo miré y le pregunté si me saldrían bien las masas para las empanadas. Hoy me río de esa pregunta. Ahora el negocio lo heredó mi hijo mayor, Narciso ‘Sigset’ y él es el que comanda y el que trabaja. Estoy orgullosa de mis tres hijos”, confió.

Los hijos de Élida son de mayor a menor, Narciso, Pablo y Gastón. “Mi esposo falleció hace 33 años y yo por una cuestión de respeto hacia mis hijos, siempre preservé la familia porque para mí era lo más importante”.

 

Crecimiento de Las Grutas

 

En la década de los ’60s, “la temperatura en Las Grutas superaba los 40 grados y no había ni un triste ventilador; había que abrir las puertas, ir al mar y después volver a la casa y darse una ducha. Recuerdo de esas épocas, tan hermosas pero tan difíciles también, que a los mariscos los teníamos acá en la tercera bajada, en cambio hoy hay que ir hasta Las Coloradas para conseguir algo, incluso, hay que tomarse un bote. Antes levantábamos una piedra y encontrábamos un pulpito; nosotros tratábamos de decirle al poco turismo que venía, que esa piedra debía dejarse colocada de la misma manera para que los pulpos regresaran a esa cueva”, contó Élida.

Con el correr del tiempo, “comenzó a venir mucho turismo por suerte, pero nos faltaba infraestructura y era terrible porque no teníamos nada. El agua venía en un camión y si no tenía dinero, se la aguantaba. Fue en la época de (Horacio) Massaccesi (ex gobernador rionegrino) venía siempre a nuestro negocio, si bien todavía no teníamos la fábrica de pastas pero teníamos una casa de comida me dijo: ‘-gorda, tenemos que hacer algo’ y se reunió con unas cuantas personas y él nos dio el gas, más afluencia de luz y más afluencia de agua y ahí explotó realmente el turismo en Las Grutas y después vinieron otros servicios y demás. En esa época yo ya era presidente de la Biblioteca que creamos con un grupo de señoras. Fui presidente durante 25 años, ad honorem, por supuesto”.

Agregó que “siempre tuve mentalidad de comerciante y dijimos, vamos a comprar esta esquina en el centro y ahí hicimos un acuerdo con la municipalidad (ya era intendente el Dr. Dr. Carlos Carassale) y la biblioteca tiene su título de propiedad desde entonces. Cada ladrillo de ella le pertenece a todos los vecinos y nadie nos lo puede sacar”,

El primer negocio de comidas de Las Grutas fue La Perla de Élida y su esposo. “Cuando nos vinimos a vivir acá, mi marido tenía colectivos. Cuando llegamos, se llevó el bendito cable por delante y dejó a las pocas personas que habitaban en ese entonces Las Grutas sin luz. En ese entonces no teníamos ni estafeta de correos, había sí, una señora que atentamente atendía las cartas que despachábamos y había un solo policía, Sixto, quien ya falleció. Cuando uno pasa muchas penurias y mucho faltante de cosas, es bueno reconocer que el lugar es fantástico si uno tiene una familia bien concentrada a las que uno les da amor, educación y le siembra la cultura del trabajo, cosa que está escaseando muchísimo hoy”.

A Élida sus vecinos la llaman cariñosamente la ‘Docta’ por su forma de ser. “Soy cafetera vieja, sino puedo levantarme a la mañana y tomarme un café, me muero -confió-. Lo que más me gusta es hacer ensaladas de mariscos, me encanta. En realidad me gusta mucho cocinar y nos gusta comer. Mi esposo, Narciso Llahi, era francés de Perpignan y el papá tenía embarcaciones de pesca. Él era muy buen cocinero lo mismo mis tres hijos entonces yo tenía que superarme constantemente. Ellos cuatro eran mejores cocineros que yo”.

“Muchos años estuve detrás del mostrador, además de cocinar, y no hay lugar donde vaya, sea el Alto Valle, San Martín de los Andes o a Bariloche sin que nadie me salude. Eso es bueno porque habla bien de uno. Siempre fui celosa del negocio, siempre me gustó que las cosas estén bien hechas, soy exigente. Siempre les digo a las chicas que vienen por primera vez al trabajo que todo lo que digan de mí, es verdad”, contó.

“Todos sabemos que no hay casa de comida o restaurante que funcionen sino hay alguien que vigile las heladeras, las compras, el control es importantísimo”.

 

“Quiero que me recuerden como a una buena ciudadana”

 

Ese es el deseo de Élida. “Quiero que mis hijos me sigan queriendo como creo que me quieren porque toda mi vida viví para mi familia, para nuestro negocio y creo que esto es lo importante por eso uno se siente mal cuando ve que hay tanta falta de cariño, de comprensión de los jóvenes que están en otra; les importa tres pepinos trabajar o no trabajar y como hacen el trabajo. Esto lo sufrí mucho este año. Supongo no debe ser la mayoría, pienso que los padres de esos jóvenes tienen que estar más alerta”.

“Tengo a mis hijos todos desparramados, uno, el más chico, vive en Chile, el mediano vive en Alto Valle y el mayor vive acá pero a cinco kilómetros y yo vivo sola. Ando con un bastón pero muy bien, pese a los dolores de los huesos que se me meten en la cabeza y no podés pensar, pero soy guapa y porfiada”, confió.

“Soy muy celosa del negocio; si uno mantiene un estándar alto de lo que uno trabaja, la calidad, no importa si le dicen que es carero, uno tiene que tener la conciencia tranquila. Por ejemplo, las pastas sin conservantes que uno las hace dos veces por día, en cantidad y en calidad, eso refleja lo que uno buenamente preserva de los negocios”.

El secreto para ella, es tener tenacidad, constancia y pasión por lo que hace. “Son tres ingredientes indispensables, más en esta zona donde solo había 23 días de temporada porque en febrero ya no venía la gente porque empezaban las clases y hay que recordar que en los primeros tiempos, las camas estaban hechas de madera de vince. Yo en aquella época alquilaba casas y conocía muy bien, era tremendo porque eran chacareros y no había una cultura del turismo de decir puedo ver, puedo leer o puedo estudiar. Y un día vino el señor Torrejón quien era una eminencia en turismo y nunca olvidé lo que él dijo en una reunión: Nunca van a crecer San Antonio ni Las Grutas hasta tanto y en cuanto ustedes pongan baños en las rutas. Con los servicios cambió todo”.

Como autocrítica, cuestionó a vecinos que no cuidan donde arrojan los desperdicios y al municipio ser más estricto en el control.

“Este año fue atípico. Al no poder salir los argentinos al exterior del país, todo el interior ganó y esto hay que saberlo cuidar”, dijo.

Hubo un año y medio que por la pandemia no hubo afluencia turística en Las Grutas. “Nosotros la fuimos remando, en mi caso llevo estadística de todo, se cuando llovió o cuando hubo viento. El año pasado vivimos la temporada con mucho temor porque realmente pensábamos que en cualquier momento nos iban a cerrar y que iba a ser catastrófico después, pero la pasamos”.

“Acá la temporada comienza el 8 de diciembre y culmina con los carnavales”, explicó.

 

Anécdotas y vivencias

 

“Los loros son un emblema de Las Grutas, si bien ya no hay tantos. Pero me acuerdo cuando los cables de la luz se combaban por el peso de los loros y se cortaban quedándonos sin luz”.

También Élida destacó el recuerdo del Dr. Michelli quien ya falleció y fue un profesional muy querido en Las Grutas. “Era una persona muy gaucha y siempre venía a charlar con mi marido, lo queríamos mucho”.

“Cuando vinimos a construir la primer casa, mi marido se creyó que le iban a pagar los colectivos, porque tenía cuatro, pero resulta que los planes, que eran muy buenos trabajadores, resulta que dejaron de pagar. Al verse con tanto dinero como era el colectivero antes, que tenía mucha plata en la mano, dejó como a una cooperativa”, recordó.

“Veníamos de Buenos Aires y estábamos con buen pasar y siempre comprábamos de un señor con mayúscula, Arcilio Masciotti quien ya falleció. Nunca sacamos libreta. Habíamos terminado la casa y teníamos unos pesos y nos preguntamos por qué no hacíamos departamentos y los hicimos, muy bonitos, en esa época. Arcilio vio que mi marido ya no iba a su negocio, entonces un día se apareció con una canasta y nos trajo comestibles. Cuando abro la puerta de casa y lo veo, él me pregunta dónde estaba mi marido y qué nos estaba pasando y agrega: ‘-te voy a dar una libreta y vos anotás’. Me puse a llorar porque nunca en la vida me había visto en la obligación de anotar en una libreta. Mi esposo me recriminó de que no debía ser tan pretensiosa y que debía ser más humilde y aceptar lo que Arcilio nos proponía. Por eso desde aquella vez digo que si uno no es agradecido, no es nadie”, recordó como anécdota.

Sobre sus tres hijos, dijo que “los tres estudiaron la primaria y la secundaria acá. Después emigraron y son profesionales todos ellos, lo que nos costó muchísimo”.

“Si uno quiere ser feliz, hay mil maneras de serlo y crear, no criar, a una familia que sepa los valores morales, los valores del trabajo y del respeto, creo que esas tres cosas, aunque estén fuera de moda, tienen que persistir porque lamento muchísimo estos chicos que se pelean por nada, que se drogan y me pregunto cómo no hay padres detrás. Tal vez sea ilusa o porque soy muy mayor, digo que los padres no educamos a los hijos, sino que los hijos nos educan a nosotros, si tenemos el radar prendido”.

 

“Tierra del Fuego me enamoró”

 

Élida compartió que “hace pocos años conocí Tierra del Fuego y me enamoró; estuve en Ushuaia y pienso que es un lugar paradisíaco para vivirlos a full. Me gustó todo, la conjunción que hay entre los lagos, las montañas y el verde. Me hizo acordar mucho a Europa, sobre todo la Costa Brava o a Chile mismo. Un día llovía mucho y vi a dos grupos de asiáticos, unos iban con impermeable amarillo otros con impermeables blancos. Le pregunté al mozo que me atendía y explicó que eran turistas de unos transatlánticos y que se vestían así para identificarlos”.

 

 

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